Manuel, el Médico.
Un sábado por la tarde Mariano salió de la casa diciéndome que iba a conocer a su nuevo novio Sabroso79 por lo que yo pasaría el día sola en el departamento. Sintiéndome peor que nunca, sola, gorda, fea y triste tomé la revista Marie Claire de Mariano y me puse a hojearla. En ella venía un artículo sobre las depresiones y desamores, según la revista lo mejor para sobre llevar una depresión leve era consentirte con una sesión de belleza, arreglarte lo más posible y salir a la calle de compras vestida como una princesa. Estaba tan desesperada que decidí hacer caso y salir al mundo a probar suerte.
Inicié mi rutina especial de belleza. Primero me puse la playera más vieja y gastada que encontré pues después de tantos aceites, cremas y demás tratamientos era casi imposible que saliera invicta. Era una playera negra llena de hoyos que tenía impresa la frase: “Yo admitiría mis defectos... si tuviera alguno”. Me puse unos shorts de encaje negro con orillas de listón rojas que eran de una antigua pijama sexy que me había regalado algún pretendiente pero que nunca me puse porque me quedaba enorme.
Una vez vestida apropiadamente, comencé la rutina de embellecimiento. Primero me puse mayonesa en el cabello y lo cubrí con una gorra de baño de Plaza Sésamo que había comprado en el supermercado hacía un par de años para este fin. Después me puse en la cara un poco de mascarilla de barro del mar muerto que Mariano tenía guardada en el mueble del lavabo. Me unté crema humectante en los pies y me los envolví con los calcetines más gruesos que tenía, unas calcetas del América que me llegaban hasta la rodilla, que conservaba como recuerdo de un intercambio de regalos. Finalmente me puse vaselina en las manos para tenerlas tersas y suaves. Como no encontré mis guantes de algodón, me coloqué mi único otro par de calcetas gruesas que tenía, que imitaban las garras de un tigre de bengala.
Encendí la televisión para entretenerme mientras llegaba el tiempo de enjuagarme. Tanto preparativo me había dejado muy cansada pero yo no quería quedarme dormida mas de la cuenta, pues las indicaciones de la mascarilla de barro, advertían sobre la dificultad de retirar los trozos de lodo si se dejaba secar más de 20 minutos, así que sintonicé los Videos de animales más divertidos para no dormirme.
-Creo que cerraré sólo un poco los ojos- pensé.
Entre sueños comencé a escuchar voces detrás de la puerta y después oí la llave que giraba. Me incorporé en el sillón y miré el reloj. ¡Habían pasado 3 horas!
Antes de que me diera tiempo de levantarme y correr hacia el baño, Mariano entró al departamento seguido de 30 amigos y algunas amigas todos vestidos de fiesta, venían cargando bolsas del supermercado llenas de víveres.
-Ana, ¿eres tú? -se acercó Mariano hasta dónde estaba sentada-. Espero que no te importe que haya traído a algunos amigos a la casa.
Yo estaba inmóvil, un poco por el shock del momento y otro por la maldita mascarilla de barro que se había secado y me estiraba la cara como si me la estuvieran jalando 200 duendes invisibles.
Todos los demás invitados, se quedaron tan inmóviles como si los hubiera hechizado una medusa. Yo me levanté del sillón y los saludé con la cabeza, suceso que ocasionó que varios trozos de barro cayeran al suelo cual avalancha volcánica.
Saludé a los visitantes con mis garras de tigre de bengala e hice una reverencia con mis shorts de encaje negros cual princesa de un cuento de horror y me retiré de la sala con toda la dignidad que pude recopilar en mi interior.
No medí muy bien la entrada al pasillo por lo que al voltear, me estrellé con la orilla del marco y comenzó a sangrarme la frente.
-No she preocupen, eshtoy bien, sholo esh un rashguño, están en shu casa, con permiso –dije mientras caminaba al cuarto de baño.
Entré al cuarto de baño y me horroricé al ver mi imagen en el espejo. Parecía un soldado del planeta de los simios al que le habían partido la cara de un mazazo.
-Ana, ¿puedo pasar? –preguntó Mariano.
-No, vete de aquí, quiero estar sola –dije entre sollozos.
-Voy a pasar –anunció Mariano mientras abría la puerta del baño.
-Oh por Dios Ana, ¿estás bien? -exclamó al verme ensangrentada.
-¿Tú qué crees? Me siento como si hubiera asistido desnuda a una convención de sacerdotes. Lo único que me consuela es que tus amigos gays seguramente han hecho estas rutinas cientos de veces y ya conocen el aspecto de una persona en proceso de embellecimiento –contesté aliviada.
-Bueno, en parte tienes razón, mis amigos gays efectivamente conocen a la perfección el proceso de embellecimiento, lástima que la mayoría de los presentes sean heterosexuales. Yo quise darte una sorpresa invitando a mis amigos bugas y a los hermanos bugas de mis amigos para ver si te conseguía una cita. Les dije que haría una fiesta buga pues quería presentarles a mi mejor amiga que estaba como una escultura.
-Claro que parezco una escultura, ¡soy un Botero de lodo! ¿Porqué no me preguntaste primero si quería una cita? Ahora si tendré que suicidarme, no hay remedio para lo que acaba de pasar. No podré recuperar mi autoestima ni volviendo a nacer –dije mientras lloraba desconsoladamente.
-¿Puedo pasar? –preguntó uno de los invitados de Mariano-. Soy Manuel, me gustaría revisar la herida de tu amiga Mariano, por el sonido que produjo el golpe, puede ser una contusión de cuidado.
-Aléjate 50 pasos de esa puerta y borra de tu memoria la imagen que viste en la sala ¿quieres? –contesté muy indignada.
-Déjame revisarte, soy médico, he visto muchos pacientes en las condiciones más raras que te puedas imaginar, desde un tipo con la lengua pegada al congelador, un joven con la nariz quemada por besar un boiler y hasta un señor con el pene magullado por meterlo a una aspiradora defectuosa, creo que podré soportar verte unos minutos.
Manuel entró al cuarto de baño y se hincó para mirar mi herida. Se dirigió al lavabo, abrió las llaves de agua y cuando la temperatura estuvo adecuada, me tomó del brazo y me acercó al lavabo.
Manuel era un médico internista de 34 años, alto y de cuerpo delgado y atlético. Tenía el cabello negro, lacio y brillante como anuncio de shampoo y unos ojos pequeños pero resplandecientes. Vestía unos jeans Levis y una camisa de algodón con cuello y manga larga marca Timberland. Calzaba unas botas de media montaña color marrón.
-Primero vamos a lavarte la cara, inclínate por favor –solicitó Manuel mientras me frotaba delicadamente la cara con una toalla mojada. Después acercó la pequeña silla que teníamos en el rincón y la puso delante del lavabo-. Por favor siéntate de espaldas al lavabo –me exhortó Manuel.
Yo me senté en la silla e incliné la cabeza como si estuviera en un salón de belleza. Manuel me retiró los calcetines de garra de tigre de las manos y me dio una toalla limpia para que me quitara los restos de vaselina.
Tomó un shampoo de la regadera, me quitó la gorra de baño y comenzó a lavarme el cabello delicadamente. Yo me sentía fatal, no paraba de llorar y el tacto suave de Manuel no me daba tregua. Hacía mucho tiempo que ningún hombre me trataba con esta delicadeza y me procuraba algún tipo de alivio, lo cual me hizo llorar aún más fuerte.
-Tranquila, parece que sólo fue un rasguño. Sólo un poco más de agua y listo –dijo Manuel mientras me pasaba una toalla para que me secara la cabeza y la cara.
-Muchas gracias –exclamé entre sollozos.
-A ver, déjame verte, ahora si te pareces a la persona que Mariano me describió. Mucho gusto Ana, soy Manuel amigo de Mariano de la carrera.
-Mucho gusto Manuel, me apena que me hayas conocido en estas circunstancias. Normalmente visto ropa más elegante que ésta y soy un poco más alegre que como me has conocido –señalé mientras me jalaba la camiseta para abajo a todo su límite.
-No te preocupes –respondió Manuel con una sonrisa en la boca que era el preámbulo de una gran carcajada que había contenido desde el episodio de la sala.
Mariano me abrazó y comenzó a reírse, yo también comencé a reírme tanto que me saltaron las lágrimas hasta las rodillas. Me excusé con Manuel y Mariano pidiéndoles que salieran del baño pues me iba a bañar y a cambiarme de ropa.
Mariano y Manuel salieron del baño y se unieron a los demás invitados que estaban descosidos de la risa mientras montaban una barra de bar y botanas en la cocina del departamento...