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martes, 29 de marzo de 2011

Cuento La nueva Babel

Disculpen por no ponerme al día pero estoy ocupada vendiendo mi libro (por cierto cómprenlo ¿si? Se vende en la Colonia Roma o Escandón-Condesa, pregúntenme :) y haciendo los últimos arreglos del mini café-panadería que estoy a punto de abrir. Prometo que escribiré más anécdotas a partir de la semana que viene, por lo menos cada quince días mientras arranca el café y después cada semana como siempre. Saludos y coman frutas y verduras... . Este un cuento padrísimo de Francisco Jiménez G. aquí se los comparto. .

La nueva Babel

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Después de recibir la constancia de haber terminado el curso de idioma inglés, me cambiaron el sitio de adscripción. Este cambio fue la felicidad de mi esposa. Está muy contenta de saber que no sigo en la calle y que trabajo en la vigilancia y seguridad del edificio más alto de la ciudad.

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Es una torre de 80 pisos donde hay más de 120 compañías de todo el mundo, todavía están en construcción varios pisos superiores y cuenta con cámaras de seguridad y monitores de televisión por todos lados, nomás al tocar la pantalla del directorio se puede localizar el piso y el lugar donde trabajan los altos ejecutivos que hablan varios idiomas. Me he dado cuenta que ni entre ellos se entienden.

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Los primeros cinco pisos están ocupados por las oficinas de la dependencia de gobierno a la que estoy sirviendo. Es interesante trabajar aquí, a veces aburrido, es cansado estar parado ocho horas diarias, pero aún así, creo que de algo sirvió aprender ingles.

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Mí horario de trabajo empieza muy temprano:

-6:00 a.m- Todos los días a ésta hora, don Gabriel, el velador, me permite la entrada al edificio. Lo saludo y corro a los vestidores, no antes de hacerle mi acostumbrada broma – Don Gabi ¿Con quién durmió anoche? -Gabriel tiene la mayor cantidad y variedad de revistas porno coleccionadas en 25 años de velada. Levanta la vista y riéndose me hace su seña preferida encogiendo la mano derecha como si fuera un caracol.

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Para entrar a los vestidores debo pasar a revisión por los detectores de seguridad.

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Llego a mi locker marcado con el número 777- lo escogí por la película del “Gendarme desconocido” de “Cantinflas”- Guardo mi lunch, saco el uniforme de pantalón, camisola y gorra negros, me lo pongo; mis botas, también negras, están bien boleadas con sus agujetas blancas muy limpias. Uso el pesado chaleco blindado con letras blancas que dicen “SEGURIDAD” y los enormes lentes obscuros. Del armero tomo una metralleta, examino su funcionamiento, la cuelgo sobre mí hombro derecho y salgo muy despacio caminando como torero partiendo plaza.

-6:30 A.M.- ¡Ahora soy la ley! o al menos así me siento.

En la entrada me reportó con el sargento de guardia. Este día me asignó al puesto de vigilancia de los elevadores de la planta baja. Ese lugar me gusta. Ahí, pegado a la pared soy como invisible, soy parte del decorado y nadie me pela, en cambio me divierto observando a las personas que entran y salen por las puertas de los seis elevadores públicos y del privado.

-7:00 a.m- Empieza la llegada del personal: Primero las oficinistas de mediana edad, siempre muy arregladas, perfumadas y con rostro triste, creo que tienen miedo de que las despidan. Algunas me contaron que todas son bilingües. La mayoría me saluda antes de desaparecer tras las puertas corredizas.

-7:50 a.m- Numerosos enjambres de hombres y mujeres con mucha prisa se paran frente a las puertas de los seis elevadores e impacientes se mueven como si tuvieran ganas de ir al baño. Las chavas no dejan de hablar y los chavos les miran las nalgas y los senos cambiando entre ellos señas de aprobación o de rechazo hasta que son tragados por los elevadores.

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-Me lleva…ahí viene el “gringo”- El “gringo” es un office boy del segundo piso- No sé por qué le dicen el gringo, está más negro que la conciencia de mi cuate el greñas ¿Será que los gringos también son negros?

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-¡Ora guey! – Me dice. No vas a ordenar algo- Eres bien marro-- Se muere de risa y se va ¡Entre dientes le miento la madre! El gringo sale y entra toda la mañana por los elevadores con enormes cargamentos de vasos de atole y bolsitas de plástico llenas de tortas de tamal.

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-8.10 a.m- Llegan corriendo los retrasados siempre quejándose de los bloqueos de tránsito que permite el jefe de gobierno, llamándolo populachero y sacón.

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-9:30 a.m- Se abren las puertas al público - ¿Y estos nacos…vestidos con jeans azules, camisetas amarillas sin mangas, gorras del solecito, bolsas de mercado y llenos de tatuajes? -Les marcó el alto. Buscan el décimo piso. Los mandó por las escaleras. ¡Qué se creen que pueden viajar en primera!

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-10:00 a.m- Aparecen los guaruras acompañando al “señor”. Llaman al elevador privado mientras voltean a todos lados y entran después de él con otros asistentes. La “güera que entra primero, es asistente del “particulary las “secres” le dicen laCaro Herrera” por la ropa que usa y chismean que la viste y la desviste como bono de servicio.

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No entiendo por qué esta vez llegaron por la puerta principal, siempre lo hacen desde el estacionamiento subterráneo y además… ¡nadie me avisó!

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-12:00 p.m- Hora de mí descanso. Camino despacio hacia los vestidores sin perder la compostura, siempre con la frente en alto y mirando al infinito.

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¡Puff! Dejo mi arma, me quito los lentes y el chaleco, y corro gimiendo al baño. Orino como burro en brama y siempre se me salen un par de pedos. ¿Por qué tienen que salirse cuando uno orina de prisa? ¿A las mujeres también les pasara.

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Después de lavarme las manos y ponerme gel por aquello de la influenza, voy al 777 a sacar mí almuerzo. Encuentro que en el “toper” mi esposa me puso papaya, manzanas y zanahorias. No hay pan. ¡Ni modo! El termo está lleno de green tea, según ella para la dieta y para que se me quite lo panzón.

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-1:00 p.m- Regresó hambriento a mí puesto y así entrando y saliendo gente de los elevadores pasa el resto de la mañana y parte de la tarde. Constantemente bostezo discretamente y medio cierro los ojos sacudiendo las piernas.

-3.00 p.m- Empieza el campanilleo constante de cinco elevadores que andan en una loca carrera de sube y baja. El sexto quedó fuera de servicio. En cada viaje a la planta baja se abren las puertas y vomitan a los enjambres de gente que se tragaron en la mañana.

Hay una jovencita que siempre me saluda y se queda parada a mi lado en espera de que baje un cuate que apenas la mira. Cambian alguna seña y ambos se dirigen por su lado a la salida. ¡Hasta mañana!- me dice-agitando su mano.

-3:45 p.m.- El edificio quedó vacío a una velocidad inimaginable. Voy a la entrada para ayudar a Gabriel con el cierre de los accesos mientras escuchamos las noticias de la tele. “Hoy hubo otro atentado terrorista en…” Oímos abrir las puertas del elevador privado y alcanzo a ver a los guaruras y al “señor” caminando hacia la entrada.

El estruendo de la explosión fue espantoso. Los guaruras y el “señor” vuelan por los aires mientras los vidrios y los muebles se deshacen. Siento un fuerte golpe en el pecho que me proyecta y azota contra la pared, apenas puedo respirar, no oigo nada y no veo bien. Todo se lleno de humo y escombros, huele muy feo la pólvora quemada. Trato de quitarme el chaleco pero mi brazo derecho no me hace caso; siento mucho calor y dolor en la cara, las manos y las piernas. Por fin logro ponerme de rodillas y lentamente me acerco a Gabriel, lo muevo, veo que aun respira y arrastrándome empujo su cuerpo hasta que salimos a la calle.

Sentado en la banqueta con su cabeza entre mis piernas, voy perdiendo el conocimiento lentamente mientras pienso que después de todo no fue tan buena idea el aprender inglés.

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